“Te
quiero”, me decía mirándome con ternura mientras nos uníamos por nuestro sexo.
Ahora aquellas palabras me parecían un poco vacías. Resultaba muy visible que
algo pasaba entre nosotros. ¿O era solamente una percepción mía? Quizá yo era
demasiado exigente y quería algo más que en realidad no existía. Lo cierto es
que ya no encontraba la “chispa” entre nosotros, pero continuábamos frotando
nuestros cuerpos de manera mecánica en busca del efímero placer que da el sexo
descafeinado.
Este
era un acto esporádico, rutinario, fugaz y todo se debe decir, también un poco
apresurado porque ya no vivíamos los dos solos en casa. “¡Corre! Antes de que
los niños se despierten”. Éramos una de esas parejas actuales que cada vez
tienen los hijos más tarde, empezando alrededor de los cuarenta, y que con
seguridad nos perderíamos la experiencia de tener nietos. Ya hacía años que nos
conocíamos y vivíamos juntos. La edad y la monotonía también jugaban en contra.
Nuestra vida se encontraba en esa etapa de estabilidad, llena de rutinas, sin
sobresaltos. Pero en la cama, quizá hacía ya tiempo que habíamos llegado al
punto en el que mientras lo hacemos, cada uno piensa en sus cosas. Muy atrás
quedaba ya la pasión, el querer experimentar posturas, el hacerlo en cualquier
parte. De tener sexo cada dos o tres días, lo hacíamos cada quince o más y
prácticamente de la misma manera. Por supuesto que en fin de semana y también en el mismo lugar, el que cómodamente nos proporcionaba la cama del dormitorio.
¿Sólo me había percatado yo?
Hasta
aquí tampoco es nada nuevo. El mundo está lleno de matrimonios tranquilos,
rutinarios, comunes, aburridos; preocupados únicamente por contar las arrugas y
ver cómo crece el número de la báscula; sin más proyectos en común, que ya no
tienen ganas de luchar por ninguna causa; que fingen encontrar otras cosas que
les llenan suficientemente; que dicen que al fin y al cabo el sexo no es tan
importante, porque en realidad para ellos el sexo es ese descafeinado barato
que cualquiera puede encontrar en el súper. Pero estos matrimonios continúan
sus vidas aguantando con indiferencia, quemando el tiempo el uno al lado del
otro, sin nada que hablar porque piensan que ya no hay nada más por descubrir o
experimentar y parece que también lo saben todo de la pareja.
Mientras
uno o los dos están trabajando, no pasa nada. Se ven poco, pero en fin de
semana, cuando hay vacaciones o cuando llega la jubilación, estar juntos más de
la cuenta parece afectar negativamente la relación. Entonces un día surge un
conflicto sin importancia y de golpe te viene a la mente que tu pareja es
desordenada, que ha engordado, que tiene mal aliento, que su barba pincha y
molesta, que a veces te levanta la voz o te contesta de mala manera, que le
huelen los pies, que se viste de cualquier forma. Ya no te hacen reír sus
pedos, sino que te parece una guarrada y además hacen mal olor. También ves que
los hijos hacen lo que quieren y la casa está sucia, llena de juguetes por en
medio, con las camas por hacer y piensas que es preferible estar trabajando...
y además, ya no hay sexo, y si de manera esporádica surge algún encuentro,
cuando menos te percatas, ya te has corrido y todo ha pasado tan rápido que al
momento ya casi ni te acuerdas de haber experimentado placer alguno. Te queda
un gran vacío al haber esperado algo que tenías antes y que ahora no acabas de
encontrar.
Tampoco
identificas bien cuáles son tus sentimientos, ni qué es lo que os une, aparte
de los hijos y vivir bajo el mismo techo. Ya ni te acuerdas qué te enamoró y
las promesas de amarse para siempre y vivir juntos, incluso en la eternidad, ya
no son ni un recuerdo. Después, los hijos se van un día y te percatas que no
sabes qué hacer. Te queda un gran vacío porque hace tiempo que la relación de
pareja estaba marchita.
Empiezas
a quemarte, a magnificar el conflicto hasta que consideras que ya no puedes
más, que te cansa ver siempre lo mismo. Ahora ya sientes, pero sientes que
estás perdiéndote la vida y que necesitas un buen cambio.
Son
estos momentos u otros semejantes los que ponen a prueba una relación y sólo te
dejan ver dos únicos caminos posibles a seguir: el divorcio o dejarte llevar
por la indiferencia, aguantar y apagarte poco a poco. Igualmente se debe decir
que ya vemos el divorcio como la opción más fácil y común. También conoces a
mucha gente que se ha divorciado y han rehecho su vida con otra persona. Así,
el divorcio te deslumbra haciéndote ver la posibilidad de encontrar otra
pareja, de enamorarte de nuevo, de experimentar una vez más la pasión y revivir
nuevamente el excitante placer de la carne fresca e inexplorada. Pero también
hay otra posibilidad, a pesar de que esta suele comportar mayor atrevimiento y
los dos miembros de la pareja deben poner de su parte. ¿Podríamos encontrar
algo de esa magia como la que nos enamoró?