Descubrí
el placer del sexo tarde y por casualidad, cuando mis tetas hacía ya bastante
de tiempo que habían crecido todo lo que debían crecer. Fue en el excusado,
mientras renegaba de la menstruación y las compresas porque aquel día me había
venido por sorpresa. Era verano y había quedado con mis amigos y amigas para ir
a la piscina del pueblo. Entonces debí proceder a meterme un tampón. No era la
primera vez que lo hacía, pero casualmente aquel día tan inusual percibí un
pequeño atisbo de placer mientras acometía esta tarea. Entonces, con
incredulidad, empecé la búsqueda de aquella oculta fuente de placer. Por
primera vez invertí tiempo en la exploración de esta franja de mi cuerpo, que
excepto por la menstruación, había pasado prácticamente desapercibida. Con los
dedos me acaricié con suavidad, saboreando todas aquellas sensaciones nuevas
que por primera vez brotaron entre el vello de mi pubis adolescente. Así,
experimenté mi primer orgasmo con los dedos bañados de sangre.
No
se puede decir a que lo hubiese hecho a la perfección, pero desde aquel primer
momento poco a poco fui aprendiendo a darme de vez en cuando un poco de placer
a mí misma, únicamente con los dedos, sin hacer uso de ningún aparato ni
meterme nada dentro de la vagina, a pesar de que aún no había llegado a
descubrir el botón que ponía en marcha el placer en toda su dimensión. Pero eso
pasaría bastante más tarde y con un chico.
Yo
era una chica muy reservada. Nunca había hablado de sexo con las amigas, porque
en realidad, aparte que ellas se movían poco, sólo se dedicaban a criticar a
esta o la otra, a hablar de ropa o de chicos. Tampoco hablé de mi
descubrimiento y si ellas lo hicieron, cosa que me habría gustado escuchar con
detenimiento, me lo perdí. Desde pequeña yo realmente prefería estar con los
chicos. Había más acción, además de que los consideraba bastante más
interesantes y también lo pasábamos mejor, jugando al balón, tirando piedras al
río para tratar de atravesarlo, haciendo cabañas o explorando nuevos caminos y
escondrijos o haciendo carreras con nuestras bicicletas. Aquello de jugar con
muñecas o a hacer comidas no iba conmigo. Los años fueron pasando y yo tampoco
cambié demasiado. No se puede decir que a mí me arrastraran las hormonas.
La
mayoría de mis amigas empezaron a preocuparse más por el tamaño de sus tetas y
por gustar a los chicos que por conocerlos. Yo, al contrario, trataba con ellos
cada día y mis tetas eran una parte más de mi cuerpo que casi pasaba
desapercibida. El sexo para mí también era un elemento más en mi vida, que en
absoluto me gobernaba, y hasta día de hoy, no me considero una persona
demasiado fogosa. Digamos que hay gente que necesita comer chocolate todos los
días y a mí me gusta más comer de vez en cuando y saborearlo. Además, si se
hace a menudo cansa y se vuelve aburrido. Pienso que hacerlo más a la larga
provoca que se haga con más ganas y pasión.
Todo
lo que debía descubrir y experimentar en este campo, lo hice cerca de los
treinta años, con el chico que después sería mi marido y padre de mis hijos. Y
tengo claro que para mí, para que haya sexo, primero ha de haber estima. No le
encuentro sentido de otra manera. Él me abrió las puertas de un placer mayor,
pero aun así, nada que cambiase mi prioridad con respecto al sexo. Entonces no
se puede decir que yo tenga más aspiraciones o ambiciones en el campo de la
sexualidad, aparte que tampoco tengo demasiado tiempo o ganas. Para mí, lo que
verdaderamente importa es sentirme amada, como la mayoría de gente. Me
considero una persona sencilla que intenta ser feliz y pasar el máximo tiempo
con aquellos a los que ama, pasándolo bien, riendo, descubriendo lugares
nuevos, conociendo gente mientras vemos como crecen nuestros hijos.
No he tenido nunca unos pechos grandes pero tampoco
me he sentido acomplejada, además puedo decir que estoy muy satisfecha de ellos
porque han podido dar de mamar a mis dos hijos de manera casi exclusiva durante
tres años al mayor y voy por el mismo camino con el pequeño. En cambio, otras
mujeres bien cargadas de tetas, como tanto gustan a muchos hombres, no han
podido dar de mamar. Las tienen sólo de adorno, únicamente para goce de la
pareja, o incluso algunas ni tan siquiera para semejante menester. Eso sí,
ahora hace tiempo que tengo una buena pechera, a pesar de que siempre tengo a
alguien enganchado chupándolas o acariciándolas, y no es precisamente mi
marido. ¡Pobrecito! Entre uno y otro, no se las dejan ni tocar.