Es
muy bonito ver durmiendo a tu hijo en tus brazos tranquilo, plenamente confiado
con los ojos cerrados y la boquita abierta, o ver sus progresos día a día. Como
dicen: están para comérselos. Me gusta mucho abrazarlos, darles pequeños
mordiscos en esas tiernas “mollitas” suyas y besarlos por todo el cuerpo. Estoy
enamorado de mis hijos. Pienso que no habrá niños más besados por su padre.
Junto al hecho de haber conocido mi mujer, que es una persona paciente,
trabajadora, sencilla, buena y sin prejuicios, es lo mejor que me ha pasado. ¡Y
que mi padre se lo perdiese todo porque siempre estaba trabajando! Resulta
curioso, pero quizá ahora que se ha jubilado es cuando podemos disfrutar los
dos a la vez de la misma experiencia, con mis hijos, sus nietos. Como si fuera
un hecho único en la vida y el destino nos lo reservara para que lo vivamos
ahora juntos.
Lo
cierto es que todos estamos disfrutando mucho más del pequeño que del mayor. El
otro no se dejaba ni tocar. Parecía un gato. Quizá cuando mejor están es cuando
duermen, porque por el día, en casa, todo acaba convirtiéndose en un infierno.
Ellos necesitan acción, movimiento y se vuelven irritables. No paran. Parece
que estos niños nos han salido vivitos. Lo cierto es que vemos a otros amigos y
en lugar de tener niños parece que tengan muñecos, siempre durmiendo, o
sumamente tranquilos, callados, que no se mueven. Así, tú vuelves cansado del
trabajo y ellos sólo quieren que los cojas en brazos, que les hagas cabriolas,
que los subas al caballito o que juegues a cualquier cosa con ellos. Y tú, que
has madrugado, que te acostaste tarde, que te despertaron a media noche por un
pipí, si no es que ya se había meado en la cama, vuelves de trabajar todo el
día y sólo quieres descansar cenar y dormir. Reconozco que estar todo el día
con los niños es sumamente agotador, y más a nuestra edad. Mi mujer esta
ganándose el cielo. Menos mal que le gusta y tiene mucha paciencia.
Debo
decir que me gusta, me satisface ser padre, pero por otro lado yo también
quiero más, lo quiero todo al mismo tiempo, como un organismo, que no puede
estar plenamente funcional si le falta un órgano o un miembro. Así, me apetece
estar con mi mujer, a solas, los dos tranquilos. Hace días que quiero
comentarle algo pero tampoco encuentro el momento. Ella parece estar demasiado
ocupada o cansada. Se va a dormir pronto con el pequeño. Se levanta tarde los
fines de semana o con el tiempo justito para llevar al mayor a la escuela entre
semana. También hace largas siestas, aparte que tampoco coincidimos mucho por
mi horario de trabajo.
Pienso
que aquí hay algo que empieza a ir mal y hay que poner remedio. Lo cierto es
que la encuentro a faltar. Quizá se pueda creer que yo soy un egoísta, pero lo
quiero todo de ella y no me conformo con una parte. No me llena el hecho de que
sea la buena madre que es; también quiero que sea pareja, que esté conmigo, que
durmamos juntos y desnudos aunque sea solamente unos minutos; que nos
abracemos, que nos hagamos un masaje el uno al otro, que nos podamos duchar los
dos a solas como antes; que hablemos de nuestras cosas, de nuestros
sentimientos, gustos y preocupaciones; que haya pasión, que vivamos con
plenitud y disfrutemos de nuestra compañía; que celebremos cada día que nos
tenemos uno a otro, que estamos juntos. No me conformo tener que ir a trabajar,
ser padre y ver la vida pasar. Necesito sentirla, gozarla. Sé que no es fácil,
pero hay que encontrar el momento, y si no le encontramos, hay que crearlo
antes de que sea demasiado tarde. Además, estoy irritable, necesitado de su
cuerpo. Me apetece verla desnudita, acariciar cada rincón de su voluptuoso
cuerpo, magrear todas sus curvas a dos manos y que me coja el miembro y le
saque todo el jugo.
A
veces, antes de ir a trabajar, mientras los niños aún duermen y ella va al
excusado a prepararse para iniciar el día, me acerco yo a darle repentinos
besos, sumamente pasionales, infrecuentes y fuera de lugar que son un claro
indicador de lo que mi cuerpo quiere. O también me paseo desnudo por casa para
ver si despierto algo en ella; para ver si se acerca a mí, si me acaricia, o si
me toca el pene o por lo menos me enseña el culo para que yo me haga el trabajo
a mano. Pero parece que ella ya no coge estas indirectas, al verme meloso o
desnudo, con el pene erecto, firme como un soldado desfilando delante todos los
mandos y autoridades. Si me pongo a besarla apasionadamente o a rondar así por
su alrededor, estoy diciendo: “Quiero tema. Necesito ese tipo de acción”. Pero
una vez más, todo intento se queda en nada.
Ella
cada día me dice que me quiere, pero ahora yo sólo siento la necesidad de
decírselo mientras tenemos sexo y obviamente es bastante a la larga. Me nace
aquí, es cuando lo siento de verdad, porque a mí no me gusta decir las cosas
como un hábito o por compromiso, sin sentirlo verdaderamente. Me gusta decirle
“te quiero” mientras follamos. También me gusta decir la palabra “follar” y me
gustaría que ella hiciera lo mismo; es muy excitante pero al mismo tiempo eso
también me preocupa. No me gustaría a que pensara que solamente la quiero como
compañera sexual.
Estoy
ya demasiado irritable. Ha pasado todo un fin de semana más y no ha habido nada
de lo que yo hace días que voy esperando. No lo soporto y está claro que ella
debe haberme visto enfadado y ni así se ha acercado a preguntar qué me pasa, ni
ha sacado del cajón su arma del sexo reconciliador. ¡Momentos ha habido!