martes, 5 de enero de 2016

CAPÍTULO 6: CRIANZA

Siempre me han gustado los chicos, más por su forma de ser que por el físico, aunque también ha de haber una “chispa”, porque hay gente que tienes claro que aunque tenga buen físico o sea muy agradable, no hay ninguna clase de “conexión”. A pesar de que yo era una chica bastante reservada y quizá un poco tímida, como dicen, “antes de que se me pasara el arroz” me atreví a dar el primer paso con aquel chico que hoy es mi pareja y con quien tengo dos hijos maravillosos.
 Tardamos un poco en llegar a la cama y aparte que él no sabía besar, tampoco era demasiado diestro con el sexo. Así, además de que era de “gatillo” fácil, también tardó bastante en llegar a darme un orgasmo en condiciones, pero cuando por fin me chupó la flor por primera vez, me meé de gusto en la cama. Nunca había experimentado tanto placer antes. Ni yo misma sabía que aquello era posible. Él encontró el botón oculto que ponía en marcha mi mecanismo. No fue cosa fácil, porque como dice, parece que cada vez tengo este botón del placer en un lugar diferente. Entonces fue aprendiendo y soltándose mucho. Ahora él no tiene límites en el sexo y todo se debe decir: es bastante creativo y fogoso. Así, fuimos practicado de todo y poco nos debía quedar por descubrir o probar, pero dejando los juegos aparte, llegó el momento en que decidimos ser padres.
Sólo faltaba dar el paso. Fue mi regalo de aniversario. Así, mientras jugábamos con unos preliminares sin protección, le cogí por el culo mientras me penetraba y sin dejarlo retroceder, le susurré al oído que quería a que se corriese dentro de mí. La cara le cambió por completo, y más aún cuando me llenó con su leche, tanta que incluso me va rezumó por la entrepierna. Ya habíamos dado el primer paso, pero poco después, la menstruación  volvió a manifestar. Entonces nos pusimos al trabajo con ganas, haciéndolo noche y día y un día tras otro y de todas las maneras posibles, ahora ya con la libertad de no hacer uso de goma alguna. Pero por mucho sexo que practicásemos, la vida se abrió camino cuando ella consideró. Con el segundo fue mucho más fácil y en un santiamén, me volví a quedar preñada. Ahora nuestra vida ha cambiado por completo y el sexo ha quedado en segundo lugar.
Es cierto que me gusta mucho mi marido, el sexo con él, sentirlo dentro de mí, que me dé placer, pero todo se debe decir: a veces él es tan rápido que yo me quedo despagada y a medias, a pesar de que igualmente pueda acabarme el trabajo con la lengua. Y por el contrario, otras veces tarda tanto en excitarme y encontrar mi punto, que debo acabar fingiendo mi orgasmo para concluir ya y poder irnos a dormir y descansar de un día agotador como muchos otros. No se lo he dicho nunca por miedo a ofenderlo. ¡Pobrecito mío! Pero por suerte a mí me gusta más que me abrace y me bese, que me acaricie; su aliento, su cuerpo robusto, sus manos fuertes apretándome el cuerpo, su cabeza redondita con el cabello cortito, lo mañoso que es, que no hay nada que no lo sepa hacer bien; pero sobre todo, la confianza que tenemos y el padre que es. Me gusta verlo jugando con los niños y sentir como ríen con él. Me gusta ir juntos a todos los lugares y pasarlo bien.
He realizado muchos trabajos pero ninguno me ha gustado más que criar a los hijos. Así, cuando me quedé embarazada del segundo, preferí dejar mi trabajo y dedicarme a jornada completa a criar los hijos, porque esta edad y experiencia, es breve y prácticamente sólo tenemos unos instantes para vivirla. Bajo mi punto de vista, no creo que pueda existir ningún trabajo mejor. Eso sí, no hay trabajo sin horario, en el que deba estar disponible las 24 horas, todos los días del año y sin estar remunerado. Pero compensa ese esfuerzo y no esperas nada más que puedan ser felices.
No obstante, a veces me siento mucho desbordada, sobre todo cuando los dos niños requieren mi atención, haciéndolo normalmente con gritos y lloros. También hay momentos que preferiría estar trabajando o en los que espero que mi marido vuelva pronto a casa y se los lleve al parque o a cualquier otro lugar y así poder desconectar. No me apetece estar con ninguno de ellos. Así hay momentos que he llegado a pensar que no estaba siendo buena madre ni siendo buena pareja.
Delante situaciones de estrés, siempre me ha dado por cantar, apretar los dientes, hacer ejercicio o comer, pero incluso esto ha cambiado con la maternidad. Ya no tengo tiempo para coger mi guitarra y cantar o hacer ejercicio, porque a menudo estoy hecha polvo por no dormir todo lo que mi cuerpo necesita; o tengo los brazos doloridos de cargar con los niños; o me duele la espalda por las malas posiciones al dormir mal y dar pecho o tener encima de mí al pequeño. No paro teniendo que despertar al pequeño y levantando al mayor para llevarlo a la escuela y recogiéndolo una y otra vez, teniendo que romperle el sueño al pequeño.
Entonces me enciende que él pueda tener ganas de sexo o que mientras lo hacemos me diga guarradas como “tenía ganas de follarme”. Me gustaría que fuese más romántico, más sensible, que dejara de decir estas groserías o de gemir mientras lo hacemos. A pesar de que él es bastante tierno y afectuoso, a veces el sexo con todo esto se vuelve vulgar y basto. Tampoco me gusta nada que cuando vuelva a casa se pase más tiempo con el ordenador o pendiente del móvil que de nosotros. Él, que come en un minuto y caga en otro minuto, es capaz de tirarse media hora en el váter si se lleva allá dentro del móvil. Es cierto que me ayuda muchísimo, que a mí no me gusta cocinar y él lo hace bien, que ayuda con el orden y la limpieza de la casa, pero nunca lo he visto poner una lavadora, tender o guardar la ropa y a pesar de que la vea por el medio, es incapaz de quitarla si yo no se lo pido.
No me gusta que a veces no tenga en cuenta que yo estoy con los niños todo el día pero pendiente de las necesidades de ellos y de las cosas de casa, estoy cansada y no puedo jugar con ellos. Y míralo ahora, llega el fin de semana y él está aquí de morros todo el día. No me gusta que no hable más y que acabe explotando. No sé qué le pasa, pero ¡ya se apañará! ¡Aún suerte que inventaron el chocolate!