martes, 16 de febrero de 2016

CAPÍTULO 9: COMUNICADO

Era ya miércoles por la noche, cuando misteriosamente los dos niños al mismo tiempo estaban durmiendo. Yo estaba preparando la comida para el día siguiente y ella salió de la habitación y se acercó con actitud y tono desafiante preguntándome: “¿No querías un ratito para nosotros? ¿Ya lo tienes? ¿De qué quieres hablar? ¿Qué quieres hacer?” también preguntó de la misma manera si era ya el momento para que yo le dijese todo cuanto tenía que decirle. Lo cierto es que el domingo, antes de irse a dormir, lo hizo igual, pero aún estaban los niños por en medio y yo estaba de tan mal humor, que le dije que no era el momento. Entonces ahora dejé todo lo que tenía entre manos y nos fuimos hacia el sofá en silencio cogidos de la mano.
Por fin le dije todo lo que pensaba y lo que quería de nuestra relación. Le dije que quería sentirla más, pasar tiempo a su lado, que no me conformaba a verla desfilar por casa con la teta fuera y con el niño en brazos. Le pedí que también hablara claramente si ella necesitaba o quería algo más de mí, que no lo insinuase o lanzara indirectas; aclaré que era necesario que hubiese más comunicación entre nosotros; que hablásemos de lo que sentíamos, de lo que pensábamos. Igualmente añadí que de vez en cuando quería sentarme con ella para que viésemos una película tranquilamente en el sofá, o ir al cine o a cenar con ella a solas y que no pasaba nada si dejábamos unas horitas a los niños con los abuelos o los tíos; que si los niños no nos dejaban estos momentos, había que crearlos de manera alternativa. Le dije que quería acariciarla o hacerle un masaje; que también quería verla más acicalada y le pedí que de vez en cuando se pusiese alguna pieza de lencería. Le hablé también de la inactividad sexual y toda la desazón que me provocaba, secuestrándome cualquier otro pensamiento y también confesé mis maniobras ocultas.
Por el momento no tenía valor para presentarle otras ideas obscenas que tenía en mente. Pensaba que ya había hablado demasiado, pero viendo que ella escuchaba sin protestar, llegó el momento en que me atreví a introducirle un juego que mi desazón había ido creando en los últimos días, a pesar de que estaba convencido de que ella tampoco querría jugar.
Se trataba de un juego de pareja para favorecer la pasión perdida en nuestra relación, pero ahora ella dijo que ya habíamos hablado mucho, que eso lo podíamos ver otro día; que era mejor que pasásemos a otro tipo de acción, aprovechando que los niños dormían. A pesar de que prefirió cambiar de tema, que dejara esa puerta abierta para otro día me hacía albergar un rayo de esperanza, eso sí, sabiendo que para ella ese “mañana” o “otro día” casi siempre nunca llegaba. Sólo esperaba que realmente ella quisiese probar el juego un poco.
Entonces, obligado a cambiar de tema, propuse ver una película, pero no cualquiera. Lo cierto es que yo ya tenía en mente algo obsceno. Me apetecía compartir un poco de porno con ella, que nos aleccionásemos y nos excitáramos antes de ir al asunto que era el epicentro de mi estado. Ella casi no me dejó ni acabar de hablar, pero finalmente pude aclararle qué tipo de película quería y ella aceptó.
Seleccioné un cortito vídeo que me gustaba porque había una chica muy bonita que estaba desnudándose de manera sensual ante una piscina y un chico y también quería que ella supiese que me gustaba aquella chica y sus curvas. Ella fue acariciándome por bajo la ropa, acercando la mano hacia mi cipote, que a punto estaba de destrozar los calzoncillos. Yo ya quería ir al asunto, pero al mismo tiempo quería disfrutar de esta atrevida experiencia con ella. Su mano volvió a montar hacia el pecho. Las primeras escenas acabaron y a continuación puse otro vídeo que me gustaba especialmente porque había una chica de cara muy bonita en unas escaleras. Me excitaba compartir mis gustos y deseos con mi mujer, pero no se trataba de esto sólo. Me gustaba mucho llegar a poder compartir mis pensamientos más íntimos con otra persona, y más aún, que fuera mi mujer. También confesé que me gustaría que ella llegara al mismo punto conmigo. Dicho esto, ella también procedió a hacer lo mismo que la chica de las escaleras, dejándome unos minutos para que yo me recrease con aquel rostro y mirada inocente y sintiera el placer en mi pene. Aquellas imágenes iban a durar mucho más, pero ella se levantó para besarme y refregarme el olor del sexo en mis labios.
Entonces me desafió a poner una película donde los protagonistas, en lugar de una bonita chica, fuesen un chico o más. Quería escenas en las que solamente hubiera hombres. Me alegró muchísimo que compartiese este interés conmigo. Así que nos pusimos los dos juntos a buscar en la web el material que ella solicitaba. Mientras veíamos aquellas imágenes obscenas y prohibidas, nos acariciamos otra vez las partes más íntimas uno a otro, acercándonos al placer, pero sin lanzarnos del todo. Después fui yo quien se puso a chupar el néctar de su flor e impregnarme toda la cara con su olor de hembra. Y en medio de este cambio de turno también continuamos hablando de nuestros gustos.
Así también le confesé que me gustaba mucho una vecina; que la consideraba muy bonita; que me ponía mucho, a pesar de que también señalé bastante que tenía el culo demasiado grande para que no pareciera todo perfecto, pero realidad eso no me importaba. Es más, prefería un culo grande y redondo que otro prácticamente inexistente que yo pudiese cubrir con mi mano. Esta vecina era una hembra grande y voluptuosa, ancha de caderas, con curvas sinuosas y carne donde cogerse, como mi mujer, que se veía fuerte, al mismo tiempo que suave y delicada. Realmente siempre me habían gustado las mujeres más chiquirrititas, fáciles de coger en brazos, pero quizá la experiencia me hizo cambiar de opinión. Lo cierto es que ahora ya no seré capaz de mirar ni tratar de la misma manera a la vecina de los perros, siendo que mi mujer sabe que me gusta.
Ella me besó y yo continué repasando muchas otras chicas amigas y conocidas. Ella también dio pie a más y me preguntó si me gustaba esta o la otra. Igualmente llegó el momento de hablar de chicos.
Los dos al mismo tiempo nos abrimos a hablar de nuestros gustos más íntimos que no habíamos compartido nunca con ninguna otra persona, ni incluso entre nosotros. Me resultaba muy bonito hacerlo, con confianza, sin miedos, celos ni menospreciarse. Tener esta franqueza con la pareja para mí era el máximo.
Después ella continuó dirigiendo el resto de la sesión y propuso depilarme el pubis, a pesar de que en realidad quería pelarme del todo. Encendido de deseo, le dije que incluso me lo podía hacer con cera, pero por suerte ella se apiadó de mí, y con la maquinilla de cortar los cabellos, me rasuró todo el vello de la entrepierna y un poco más allá. Dado que yo soy muy peludo, me dejó un destacable rodal pelón en medio todo mi pelambre que, por lo que pudiese pensar la gente, me privaría de ducharme en el gimnasio una larga temporada. En este punto sufrí un leve accidente. Ella me pellizcó el escroto con el aparato eléctrico que había entrado en juego y me causó un poco de sangre y dolor, pero esto no hizo decaer la nuestra particular sesión de terapia de pareja, que en realidad tenía alguna semejanza con lo que yo había ideado en mi juego.
Una vez me había dejado un pubis de diseño, dijo que mi verga había quedado muy bonita. Que me dijera que mi pájaro “colgajoso” y pelón, era una cosa bonita me sorprendía. Yo no lo acababa de considerar así. Más bien me parecía un animal con apariencia de buitre desesperadamente hambriento que miraba el mundo siempre al acecho. Pero ahora sus palabras me hicieron remirármelo de otra manera y acabar creyéndolo. Quería tenerlo siempre bonito para ella. Después se lo volvió a engullir todo por arriba y por bajo. Mi miembro lucía esplendoroso como nunca, con un tamaño inimaginable. A continuación me lo plastificó y me cabalgó hasta que los dos llegamos al orgasmo al mismo tiempo. Aun así, mi erección no decayó y ella me presentó el culo para que yo me hiciese una paja mirándoselo. Me corrí dos veces seguidas.

Nuestro encuentro no podía haber resultado mejor. Era así como quería que fuera siempre nuestra vida sexual. Pasamos poco más de dos horas hablando, saboreándonos confesándose, dando placer el uno al otro y milagrosamente los niños nos concedieron toda esta licencia.