Normalmente con esto de tener dos hijos o más, te encuentras que cuando uno duerme, el otro está despierto; cuando no está enfermo uno, lo está el otro... Así que entre unas cosas u otras acabas por no tener ni un momento para estar a solas con la pareja. Y en ese casual y remoto instante que los dos niños duermen y parece haber alguna disposición a tal efecto por las dos partes, para darle un poco de sustancia al acto y que no sea ese encuentro desesperado que va directamente en busca del placer, empezamos con unos besos, caricias y abrazos. Cuando ya nos hemos sacado de encima toda la ropa y vamos a dar paso a los órganos sexuales, casualmente llaman al timbre, llora un niño o el otro, o uno se despierta y pide nuestra presencia, o suena el teléfono, porque además, lo cierto es que por mi trabajo yo también conozco a mucha gente con el don de las llamadas inoportunas. ¡Todo se va a hacer la mano! Realmente es como si hubiese alguna clase de conspiración o nos hubieran lanzado un conjuro que contribuye a apagar las pocas brasas de la pasión que aún puedan permanecer.
Entonces me quedo caliente, frustrado y pensando que cuando tengan novio o novia se acordarán de su padre. Mi mujer se va a la cama a darle pecho al pequeño y sé que ya no volverá porque se dormirá pronto, o si es por la mañana, volverá con un niño al brazo. Ya no me queda otra que esperar a la noche siguiente y recurrir a ver un fragmento de una socorrida película porno que se ha vuelto en mi asidua compañera sexual. ¡Como me gustaría coger por banda a mi mujer o que ella me cogiera a mí e hiciésemos todo aquello viejo y nuevo que ven mis ojos con glotonería!