martes, 22 de diciembre de 2015

CAPÍTULO 5: CONJURO (II)

Quizá entre uno y otro, desbordados por la crianza, nos abandonamos poco a poco. Ahora, cuando nos despedimos, lo hacemos ya con un casto e insípido beso. Al volver a casa, aparte de algo del trabajo, de la escuela o de los progresos del pequeño, parece que poco debemos decirnos cada día. Estamos cansados de la jornada porque tampoco dormimos mucho, pero además lo hacemos en camas separadas, dado que los niños han crecido y ya nos resulta incómodo de otra manera. Entonces cada uno duerme con uno. Así, la cama ya no es ese lugar donde aparte de practicar los juegos amatorios, también hablábamos tranquilamente. Casi no tenemos tiempo de ver una película juntos sin interrupciones. El sexo también lo practicamos muy a la larga y siempre en fin de semana. Incluso he renunciado a salir con los amigos y la bicicleta los domingos por la mañana, porque como los sábados los niños se acuestan tarde, es más probable que nosotros nos levantaremos antes y podamos gozar los dos de un instante a solas que poder invertir en el sexo. Por desgracia, muy a menudo me quedo esperando y ella se levanta tan tarde como los niños o incluso el mayor se despierta antes de que ella. Curiosamente nuestros hijos son de esos que entre uno y otro, incluso sin haber hecho la siesta, son capaces de acostarse a la una de la noche y levantarse a las ocho de la mañana. ¡Tiene cojones la cosa!
Normalmente con esto de tener dos hijos o más, te encuentras que cuando uno duerme, el otro está despierto; cuando no está enfermo uno, lo está el otro... Así que entre unas cosas u otras acabas por no tener ni un momento para estar a solas con la pareja. Y en ese casual y remoto instante que los dos niños duermen y parece haber alguna disposición a tal efecto por las dos partes, para darle un poco de sustancia al acto y que no sea ese encuentro desesperado que va directamente en busca del placer, empezamos con unos besos, caricias y abrazos. Cuando ya nos hemos sacado de encima toda la ropa y vamos a dar paso a los órganos sexuales, casualmente llaman al timbre, llora un niño o el otro, o uno se despierta y pide nuestra presencia, o suena el teléfono, porque además, lo cierto es que por mi trabajo yo también conozco a mucha gente con el don de las llamadas inoportunas. ¡Todo se va a hacer la mano! Realmente es como si hubiese alguna clase de conspiración o nos hubieran lanzado un conjuro que contribuye a apagar las pocas brasas de la pasión que aún puedan permanecer.
Entonces me quedo caliente, frustrado y pensando que cuando tengan novio o novia se acordarán de su padre. Mi mujer se va a la cama a darle pecho al pequeño y sé que ya no volverá porque se dormirá pronto, o si es por la mañana, volverá con un niño al brazo. Ya no me queda otra que esperar a la noche siguiente y recurrir a ver un fragmento de una socorrida película porno que se ha vuelto en mi asidua compañera sexual. ¡Como me gustaría coger por banda a mi mujer o que ella me cogiera a mí e hiciésemos todo aquello viejo y nuevo que ven mis ojos con glotonería!