martes, 8 de diciembre de 2015

CAPÍTULO 5: CONJURO (I)

No es fácil ser padre y menos aún mantener la relación de pareja fresca como cuando nos conocimos. Lo cierto es que yo veía pasar los años y pensaba que aun así, nuestra relación mantenía el enamoramiento apasionado como si aún fuéramos novios. Recuerdo mis cuñados, que cuando nos veían besarnos apasionadamente a toda hora y en cualquier parte nos decían: “¡Ieee! ¡Que pase el aire!”, pero igualmente nos decían que eso es siempre así de bonito al principio, de novios. Después todo cambia. Quizá nosotros no lo creíamos y estábamos haciéndolo durar más que nadie. Escuchaba mucha gente quejarse de la decadencia de su vida conyugal y de la falta de sexo; a menudo se quejaban también del hecho de tener hijos, de las tareas del hogar y lo poco que hacían sus maridos en casa; de lo triste y malo que era finalmente vivir en matrimonio... Entonces yo me sentía más orgulloso aún; me consideraba afortunado porque nuestra relación era muy diferente a todo lo que oía a mi alrededor.
Estaba convencido de que la estima se marchitaba en todas aquellas parejas en las que los hombres no saben ser buenos maridos y yo pensaba que lo era, que aparte de satisfacer a mi pareja en la cama, le ayudaba mucho en casa: yo era quien hacía la compra, quien cocinaba y fregaba los platos; también era una persona ordenada que se ocupaba de limpiar la casa; igualmente cambiaba los pañales o vestía a los niños y jugaba con ellos; les lavaba los dientes; cuidaba de mi mujer y siempre reservaba la mejor porción de la comida para ella, que estaba dando de mamar. Además, también era muy afectuoso con ella y los niños. Igualmente era un hombre muy aseado, que se conservaba bastante bien para su edad, que era activo y que tampoco era de esos que se pasan el tiempo libre con los amigos en el bar o sentado en el sofá mirando el fútbol o las carreras de motos. Estaba convencido de que esta clase de hombre que yo era estaba muy buscado y se cotizaba bien. Entonces, como recompensa y valoración del buen marido que era, igualmente estaba convencido de que resultaba más fácil de estimar y por eso me daban más sexo que al resto de maridos convencionales, dado que al fin y al cabo actualmente el sexo es la moneda con la que se mide el estado de una relación. Por lo menos al principio así era. Pero parece que tarde o temprano...
Después de venir los hijos, también pasó más tiempo y la cosa fue complicándose. Todo empezó con lo de la crianza natural y el colecho. Nada de biberones y de dejar a los niños con los abuelos o en la guardería; conducíamos los niños a golpe de teta y dormíamos todos en la misma habitación después de haber juntado dos camas. Éramos como un “pack” indivisible: la familia al completo siempre juntos, día y noche. Todo se debe decir, es bonito y da gozo, pero siempre hay cosas que no se ven desde fuera.
Yo sin más, como todo el mundo que se estrena en este mundo y toma determinadas decisiones sobre el camino a seguir, acepté lo de la crianza natural y el colecho sin saber todo lo que afectaría la vida de pareja. Está claro que puede resultar lo mejor para los hijos y su desarrollo, que al fin y al cabo ellos son lo más importante del mundo,... pero a pesar de que pueda parecer egoísta, debo decir que por delante están los padres. Si entre ellos no se cuidan, no mantienen su unión, no se sienten a gusto, no acabarán dando a los hijos todo lo que en realidad se busca con este o cualquier otro modelo educativo. Por eso se inventaron las guarderías, los tíos, los abuelos, las cuidadoras infantiles, las habitaciones para los niños, las cunas y los biberones... Porque las parejas, los hombres y las mujeres, necesitaban tiempo para ellos y sus cosas.